Se termina el verano y las aguas parecen volver a su cauce. Acompañe o no el tiempo, se respira cierta normalidad y tranquilidad en la costa, en comparación con lo que teníamos hace unos días.
No sé si habréis tenido la misma sensación que yo, si habréis sentido durante el verano que vivís dentro de un parque temático. No sé si llamarlo Cantabrialand, Cantabria Mítica o Cantabria Aventura. El caso es que esto estaba hasta arriba de gente, dejando unos beneficios que la inmensa mayoría de la población ni percibimos ni disfrutamos, y agravando varios de los problemas que ya arrastrábamos de antes.
Lo que está claro es que, en este parque temático en que están convirtiendo nuestra tierra, los cántabros y cántabras somos parte de la ambientación, el decorado y el personal al servicio de quienes nos visitan. Y nos toca tragar con todo tipo de comportamientos, porque ya sabéis: el cliente siempre tiene razón.
Cada vez es más evidente que la barra libre que oferta Cantabria atrae un turismo de baja calidad. Y no hablo del perfil económico del visitante, sino de baja calidad cívica, que en muchas ocasiones precisamente coincide con quienes más dinero tienen en el bolsillo. Varios factores internos y externos están convirtiendo nuestra área geográfica en un lugar de referencia para un turismo que, hasta ahora, buscaba sol y playa en localidades masificadas de la costa mediterránea. La lógica turística de Magaluf y otros lugares, que sus habitantes llevan décadas sufriendo, viene importada y animada por un Gobierno de Cantabria obsesionado con el “cuanto más, mejor”.
En los últimos años, la masificación turística se ha extendido a muchas zonas de Cantabria y ha alcanzado cifras nunca vistas. Cifras de las que sacan pecho los consejeros y el presidente. Se supone que un incremento de los visitantes se debería trasladar a mejores datos económicos y bienestar de la población, pero a más de uno se nos vienen varias preguntas a la cabeza: ¿qué riqueza generan las segundas residencias? ¿quién paga la degradación ambiental de espacios masificados por el turismo? ¿quién compensa a quienes no pueden acceder a una vivienda en su pueblo por estar el mercado inflado por las segundas residencias? ¿qué clase de empleo genera esta dependencia total del turismo?
Ni todo es bueno, ni todo es malo. Por eso no sirve el “cuanto más, mejor”. Por eso es necesario que planteemos alternativas y que el conjunto de la población se plante ante la turismodependencia obsesiva de quienes nos gobiernan.
Desde Cantabristas consideramos que es necesaria una nueva estrategia para el sector turístico, basada en la idea fundamental de que el turismo no puede ser el único pilar económico y, al mismo tiempo, que es imprescindible garantizar la sostenibilidad de los valores naturales, culturales y patrimoniales que sustentan esta actividad. Y sobre esta cuestión, consideramos necesario introducir varios enfoques:
El primero, la puesta en valor de los lugares y espacios más concurridos, estableciendo mecanismos de protección y control que garanticen una adecuada conservación de estos lugares. Como ejemplo, el monte de Secuoyas del Monte Cabezón, donde hemos propuesto establecer horarios de acceso y limitaciones de aforo, para detener la ya visible degradación de este entorno.
El segundo, cambiar la lógica de la movilidad turística abandonando la idea de “llevar al turista hasta la puerta” del lugar que va a visitar. Cualquier persona que haya visitado zonas naturales fuera de Cantabria, en el contexto europeo, ha podido comprobar cómo la tendencia en todos los lugares es alejar las zonas de estacionamiento de los lugares a visitar, y establecer alternativas que van desde llegar a pie, hasta la puesta en marcha de autobuses lanzadera. Mientras tanto, en Cantabria se proyecta ampliar el aparcamiento de Fuente Dé, masificando aún más el lugar, degradando el entorno y, cómo no, empeorando la experiencia de quien lo visita.
El tercero, establecer mecanismos de compensación para quienes viven en zonas turísticas y sufren las externalidades de esta actividad económica, especialmente en el acceso a la vivienda.
El cuarto, garantizar la ordenación del territorio, protegiendo el suelo rústico de la actividad especulativa y de la construcción de segundas residencias. Especialmente, apostando por un modelo de poblamiento compacto frente al modelo disperso (salvando las particularidades de algunas zonas de Cantabria). Una idea que va justo en la línea opuesta de lo que plantea el nefasto anteproyecto de la nueva Ley del Suelo, que se encuentra actualmente en tramitación y que por el bien de Cantabria esperamos que, de mantener su contenido y enfoque, no salga adelante.
El quinto, abandonar la mentalidad que lleva a pensar a determinados dirigentes políticos que es buena idea invertir cantidades ingentes de dinero público en construir un sinfín de “atractivos turísticos” como tirolinas, puentes tibetanos, vías ferratas, etc., en una suerte de competición entre municipios por ver quién atrae más, en lugar de adoptar una visión de conjunto y una estrategia que ponga en valor lo que realmente hace Cantabria atractiva, que no son los adornos y las atracciones de feria sino sus características naturales y culturales.
El sexto, garantizar el acceso a la cultura y el patrimonio a las cántabras y cántabros – cualquiera que sea su origen –, como un derecho fundamental, que sea también accesible para quienes nos visitan pero que no se plantee como un mero reclamo o atractivo turístico.
Podrían comentarse más cosas, sin duda. En definitiva, se trata de cambiar la perspectiva y dejar de pensar el turismo desde la desesperación y el afán por atraer más y más, y empezar a pensar en compatibilizar la actividad turística con la vida de quienes habitamos esta tierra durante todo el año. No estamos condenados a ser un parque temático, hay alternativas y están al alcance de la mano de quien quiera tomarlas, pero necesitamos reflexionar, cambiar la mentalidad y exigir que cambie la de quienes nos gobiernan o, más probablemente, cambiar a quienes nos gobiernan.