Hoy quiero detenerme en esa violencia que nos salpica a través de las sensaciones que nos producen algunas de las situaciones machistas que vivimos en nuestros momentos de ocio. Hace unos meses me hubiese parecido más interesante tratar otro tema, pero un golpe de realidad me ha puesto los pies en el suelo.
Desde que acabó la pandemia y he vuelto a socializar y a salir por la noche he vuelto a revivir un montón de sensaciones que había dejado en el olvido. Y todo ha vuelto con más intensidad. Durante la pandemia había conseguido olvidar lo que era salir por la noche y sentir miedo, había olvidado esa sensación de incomodidad por la cercanía de un desconocido. Hasta que no se han empezado a eliminar las restricciones no he sido consciente de que había empezado a percibir la distancia social y el toque de queda como un regalo. Como un extraño regalo. Esta situación me había proporcionado una extraña sensación de paz y seguridad. Y durante unos meses os juro que se me había olvidado que el mundo no es así. Me había olvidado de que antes volvía a casa aferrada a las llaves, fingiendo que hablaba por el teléfono y mirando para atrás. Se me había olvidado que, sin la distancia de seguridad, algún baboso podía destrozar de un plumazo mi espacio vital. El efecto de esa invasión, esa incomodidad, asco o rabia, todas esas sensaciones, también son violencia. Y os juro que lo había olvidado.
Así que hoy quiero hablar de esa violencia aceptada. La de “es que está muy borracho”, “es que qué quieres, mira cómo bailas”, “es que llevas mucho escote”, “es que hay pocas tías”… ES QUE. Violencia machista con testigos mudos, gran parte de ellos, cretinos que pasean por las manifestaciones feministas y que se autodenominan aliados. Basura aliada.
Pero también quiero hablar de esa violencia que es producto de una educación y una socialización totalmente estereotipada y que no nos hace dueñas de nuestro deseo ni de nuestro placer.
La del sentimiento de culpa por follar cuando tienes ganas.
La del sentimiento de culpa por follar sin ganas.
La del sentimiento de culpa cuando decides que, sin ganas, no follas.
Ese maldito sentimiento de culpa también es violencia.
Todos los estereotipos, que no son otra cosa que mecanismos para perpetuar la violencia, están perfectamente apuntalados y nos mandan un mensaje: No hagas esto, no lleves lo otro. Si lo haces, si te portas bien, estarás segura. Pero ¿Sabéis qué pasa? No queremos portarnos bien, queremos ser libres. Libres para decidir qué ropa nos ponemos, para salir en plena madrugada o para quedar con un desconocido. Libres para elegir nuestro futuro laboral sin sesgos, libres para decidir si queremos ser madres o cuidar, libres de estándares de belleza que están tan lejos de la realidad que son inasumibles. Libres de miedo. ¿Qué queremos? Justicia, joder, justicia.