A veces tenemos la sensación de que esta pandemia ha parado el tiempo. Los planes, las previsiones, la ilusión por las cosas más próximas, han quedado detenidos y a la espera de tiempos mejores. Una espera incierta por recuperar una normalidad que parece ir alejándose según avanzamos.
La política, sin embargo, ha seguido su curso, completamente ajena y desapegada a los ritmos de la vida cotidiana. Aquella declaración del Estado de alarma dio inicio a un confinamiento que marcó la primavera pasada y borró de la agenda cualquier debate y realidad ajeno a la emergencia.
El fin del confinamiento dio paso a la decisión política de tratar de “salvar el verano”, permitiendo dos meses de exceso y desenfreno para el turismo masivo, que nos devolvió en septiembre la sensación amarga de que todo el esfuerzo no había valido la pena. Crisis sanitaria, nuevas restricciones, más sufrimiento y pérdida de personas queridas. Lo mejor de la vida se volvió a detener mientras continuaba su camino subterráneo y silencioso lo peor de la política. Conocíamos entonces el anteproyecto de Ley del Suelo, que empezó a dar pasos cuando menos posible era la participación y movilización social.
Para quien no quiere cambiar las cosas, la paralización del debate público es una buena noticia. Para una fuerza política como la nuestra, Cantabristas, que tiene como objetivo ampliar el debate y plantear alternativas reales al modelo de desarrollo que ha imperado en Cantabria en las últimas décadas, la pandemia es una dificultad añadida en un marco ya de por sí desfavorable. Dificultades organizativas, para reunirnos, para movilizarnos, para recoger las demandas de la sociedad civil. A pesar de ello, nos hemos adaptado, hemos seguido adelante y hemos tratado de aportar nuestra visión y nuestras propuestas para recuperarnos como sociedad y salir adelante.
Sin embargo, como decía, lo peor de la política no ha parado. Esa política entendida como gestión de lo que hay, acostumbrada a observar como pasan las cosas y a permitir que sucedan las que no deberían suceder. Si la política fuese únicamente gestión –que no lo es–, cabría esperar que los que nos gobiernan fueran, al menos, buenos gestores. Sin embargo, tenemos al frente de nuestras instituciones a los mayores defensores de un desarrollismo depredador del territorio que, por ejemplo, han permitido que avancen los procedimientos para llenar los Valles Pasiegos y el sur de Cantabria de polígonos eólicos sin evaluar su impacto.
Recientemente denunciamos un escándalo en 140 Viviendas de Protección Oficial del Primero de Mayo, en Santander, que la promotora pretende vender a los vecinos a precios desorbitados, con la connivencia y aprobación de la Dirección General de Vivienda, que lleva lavándose las manos y echando balones fuera desde que hace semanas. Injusticias que no detiene la pandemia.
También hemos visto que la emergencia sanitaria no ha sido impedimento para anunciar proyectos de todo tipo: el faro de colores, polígonos logísticos, bancos gigantes, o el pretendido Aquapark de Sierrallana. Este último, con un planteamiento lamentable que copia lo peor de modelos fallidos, con piscinas disfrazadas del paleolítico que banalizan la importancia a nivel mundial de nuestro verdadero patrimonio, con niveles de ridículo equivalentes a abrir un Terra Mítica en Atenas.
Esta pandemia y todo lo que la rodea debería marcar un punto de inflexión en el modelo social y económico de Cantabria y del conjunto de Europa. Ha significado un enorme reto, pero también una oportunidad para replantear el rumbo y avanzar hacia sociedades más igualitarias, más justas y más respetuosas con su entorno.
Por desgracia, en Cantabria, parece que el interés unánime de los principales partidos es simplemente que todo pase para volver a poner en marcha la maquinaria de agotamiento de nuestros recursos: turismo masivo, nueva burbuja del ladrillo con la Ley de Suelo, poner la alfombra roja a las constructoras y favorecer los intereses de las multinacionales energéticas. No hay pandemia que los pare, no hay crisis sanitaria y económica que les haga reflexionar sobre el modelo que llevamos arrastrando desde hace décadas y que está llevando a Cantabria a una situación cada vez más preocupante.
Espero y deseo que los próximos meses nos permitan dejar atrás este año y lo que ha significado, que recuperemos la energía para tomar la palabra e implicarnos como sociedad en lo que nos rodea. El debate público, la movilización y la reivindicación son más necesarias que nunca para salir adelante. Toca defender lo común ante quienes han aprovechado estos fatídicos meses, sin hacer ruido, para avanzar en la venta y destrucción de Cantabria para beneficio de unos pocos.