La semana de la perezuca

Las mujeres no quieren. Eso es lo que dicen cada vez que se pone sobre la mesa la ausencia o escasa presencia de mujeres en política y puestos de poder. Cuando nos exponemos nos acribillan, insultan, examinan y nos dan consejos que no pedimos sobre un amplio abanico de temas: estilismo, peluquería, gramática, cremas antiarrugas, dicción, expresión corporal… Se abre la veda a señoros que necesitan decirnos lo que tenemos que hacer y cómo hacerlo. Especialistas en todo. Gilipollas. No se sí parten de la creencia de que no somos capaces de gestionar las situaciones sin ayuda o de que se creen que tienen ideas que nadie más puede tener. Esta parte me fascina, nos venden obviedades como teorías intelectuales muy seriamente contrastadas. Ojalá más hombres con un nivel superior de autoexigencia y menos mujeres con el síndrome de la impostora, nos ahorraríamos mucha vergüenza ajena y construiríamos una sociedad mejor.

A la par que sucede esto, mientras nos dicen que las mujeres no estamos porque no queremos o porque preferimos estar en otra parte, continuamos encargándonos de los cuidados o las tareas de casa, de esos trabajos silenciados, denostados y sin remunerar. Pero como eso es poco, porque, por lo visto nunca es suficiente la opresión y la situación de desventaja, los trabajos remunerados que tenemos contemplan jornadas reducidas, sueldos más bajos, empleos peor pagados… Podría pasarme todo el 8M escribiendo sobre la posición de desigualdad y fragilidad en la que nos encontramos las mujeres. Y me faltaría día.

Así que cuando os rasguéis las vestiduras pidiendo a las mujeres que den la cara, que se expongan, que estén en primera fila, partiros el culo para que ellas sientan que el espacio público también les pertenece. Luchad para que todos los espacios sean espacios seguros. Y ahorraros los mensajes privados de ánimo, si no son públicos no valen. Ahorraros la cobardía.

Pero, ojalá el debate solo fuera sobre la visibilidad de las mujeres en la esfera pública, o sobre el empleo. Ojalá. Porque todavía hoy, con una carretada de argumentos más que demostrados tenemos que escuchar cosas como:

– ¿Si existe el Día de la mujer por qué no existe el Día del hombre?

– Nosotros también sufrimos violencia.

– Nosotros también tenemos miedo a volver a casa de noche.

– Nosotros también tenemos trabajos de mierda.

Nosotros, nosotros, nosotros, la perezuca. Yo a los días previos al 8M los llamo la semana de la perezuca. Y es que, tú con esta gente ¿Qué haces? ¿Cómo se lo explicas? Porque claro, no nos encontramos solo un escenario, no, eso sería demasiado fácil, nos encontramos varios. Por un lado, se lo tienes que explicar al señoro que no quiere asumir que está en una situación de privilegio; por otro lado, toca la explicación a la mujer que no se siente oprimida porque posee el privilegio de clase y; por último, aunque seguro que hay muchos más, tenemos a la mujer que estando en una situación de opresión lo niega porque, simplemente, es más fácil vivir oprimida negando el privilegio ajeno que ser consciente de tu opresión y luchar por acabar con ella.

De verdad que entiendo que la vida es más fácil cuando defiendes tus privilegios que tus derechos. Al igual que entiendo que renunciar al privilegio no es cosa fácil.  Pero mira, ya lo que pido es de mínimos. Cállate. Disimula. Yo qué sé, aprovecha que el feminismo “está de moda” y prueba a sacudirte un poco el machismo. Quién sabe, igual empatizas. Porque es verdad, somos moda. Pero solo cada vez que nos dan un premio, nos publican una novela, obtenemos un cargo de responsabilidad, se acerca una fecha señalada… Porque esa es otra, como es moda se supone que se nos va a pasar, porque eso pasa con las modas, que caducan. Sin embargo, lo de los hombres no es moda, es merecimiento, es cultura del esfuerzo, es norma. Vaya suerte tienen ellos, que su poder nunca es pasajero, nunca es efímero. Madre mía José Antonio, qué ganas de que se pase la moda del patriarcado. 

El nivel de desesperación que nos genera la gente que nos patrocina la semana de la perezuca, en ocasiones, nos lleva al límite hasta tal punto que mandar a la mierda es puro pacifismo, es una renuncia a la violencia de una rabia visceral que lo que nos pide es soltar dos hostias. Dos hostias como dos soles. No podemos hacer pedagogía todo el rato, ni es sano ni es posible. Y, sobre todo, es muy cansado. Tenemos que asumir que, mandar a la mierda, en muchas ocasiones, es lo que se merece la persona que tenemos delante. Y no pasa nada. Así que, desde aquí, reivindico mi derecho inexistente a mandar a la mierda. A los gañanes; a quienes comodísimos en su privilegio nos dicen qué ropa llevar, como maquillarnos o peinarnos; a quienes estipulan los estereotipos de víctima modélica; a los expertos en protocolo que nos explican la manera correcta en la que nos tenemos que quejar; a lingüistas que lloran por el vocabulario y el tono que empleamos. A todos, ¡Idos a la mierda! ¿Al resto? Pasen, disfruten cuando se pueda y, sobre todo, nunca dejen de luchar por una Cantabria más justa. ¡Filiz y combativu día de la mujer trebajaora!

Noticias relacionadas

  1. Buen trabajo, seguir así

    Permalink

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *