Como pollos sin cabeza

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Con mascarilla y un poco de gel hidroalcóholico, de repente, todos podemos mezclarnos en espacios cerrados, como pollos sin cabeza, en busca de un comedero lleno.

Hace un tiempo alguien me contó la historia de Mike, el pollo sin cabeza que vivió 18 meses. Su dueño le propinó un hachazo poco certero, que permitió que el animal pudiese continuar viviendo. Ante esta historia, a mi cabeza le viene el sufrimiento del animal, pero para su dueño, Mike dejó de ser una posible cena para convertirse en una atracción económica.

¿Por qué vengo aquí a hablaros de esta atrocidad? Veo que el Gobierno de Cantabria juega a ser el granjero y tristemente, la población cántabra somos los pollos sin cabeza. Hemos recibido tal nivel de información contradictoria que una ya no sabe de quién fiarse. Aunque hace tiempo que el Gobierno autonómico cuida poco a su corral, en estas fechas, tengo aún más la sensación de que hemos dejado de ser parte del gallinero para convertirnos, cada una de nosotras, en el pollo Mike.

La situación de Cantabria en relación a la COVID-19 es muy preocupante y las medidas de contención y prevención, lo son aún más. Resultó que «el bicho» no estaba «chamuscao», y el llamamiento al turismo masivo que proclamó a los cuatro vientos nuestro granjero empeoró notablemente la situación. Viéndolo en perspectiva, hasta él mismo se tiene que quedar a cuadros… Parecido a como me quedé yo cuando, de la noche a la mañana, le suspendieron a mi hijo las vacaciones escolares justificándose en base a un informe de Sanidad que luego se demostró falso. Ahora, sin embargo, cuando el número de contagios es mucho mayor, finaliza el confinamiento municipal, medida aplicada de forma generalizada.

Esta incompetencia y sinfín de contradicciones evidencia las pocas ganas de trabajar por parte del Gobierno que dirige el señor Revilla. Se ha aislado de igual forma a las grandes ciudades con alto índice de contagios y a los pequeños pueblos con viviendas diseminadas, sin ofrecer alternativa alguna a las necesidades específicas de la población. He visto cómo desde el inicio de la pandemia se han cerrado negocios y sucursales y se ha obligado a la gente de los pueblos a adaptar sus vidas al nuevo escenario.

No podemos criar pollos si no somos capaces de garantizar su supervivencia. Desde el Gobierno autonómico nunca se ha facilitado el desarrollo del comercio local y esto ha provocado que, durante el confinamiento municipal, muchas familias no hayan podido permitirse hacer la compra mensual en la tienda del pueblo. Pero esta situación ha cambiado, y mucho. Parece que la vara de medir no es igual para las grandes superficies y sorprende la benevolencia con la que se las ha tratado. Con mascarilla y un poco de gel hidroalcóholico, de repente, todos podemos mezclarnos en espacios cerrados, como pollos sin cabeza, en busca de un comedero lleno.

La llegada de las fiestas provoca la necesidad de nuevos desplazamientos y necesidades, pero hay formas, y esta no es la correcta. Les pilló el toro con la vuelta al cole y les vuelve a pillar con la Navidad: ¿No era evidente que iba a ocurrir esto? ¿Cuál va a ser la solución? Nosotros vemos claro lo que va a pasar… y no hay ganancia económica en este mundo que pueda compensar todas las muertes y pérdidas de una tercera ola.

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