Los beneficios de la vida en el pueblo son un legado que debemos preservar para nuestras hijas e hijos. Actualmente, nuestros paisajes, formas de vida y tradición se encuentran amenazadas por la Ley del Cemento.
En los últimos años he sido consciente de la evolución del significado de la palabra pueblo. He tenido el privilegio de nacer y criarme en un pueblo, de los pequeñucos, de esos en los que puedes salir a jugar o andar en bici sin miedo a que te atropelle un coche, donde la bolera era el punto de referencia de quedada y el toque de queda para volver a casa lo marcaban las farolas.
Cuando pienso en la palabra pueblo, pienso en el mío y en todos aquellos donde se sigue protegiendo y transmitiendo la cultura y las tradiciones cántabras. Instintivamente se nos viene a la cabeza el folklore o la agricultura y la ganadería, que tanto definen al interior de Cantabria, pero en este caso, me refiero a aquellas tradiciones que se conocen cuando pasas tu vida o parte de ella en un pueblo. En el mío, si tenías sed y tu casa quedaba un poco más lejos, pasabas hasta la cocina de cualquier vecino y te servían un vaso de agua, la calle era un lugar de encuentro, donde por zonas, la gente se juntaba a jugar a las cartas o echar una parlaa y el trueque formaba parte de nuestras vidas.
Hablo en pasado porque cada vez esto se da en menor medida. Siempre me he declarado firme defensora de la vida en zonas rurales o menos pobladas, sin menospreciar en ningún momento las ventajas de las ciudades. Por eso considero necesario revitalizar la vida en los pueblos, pero parece ser que el Gobierno de Cantabria no entiende el concepto revitalizar el pueblo de la misma forma que lo entendemos las pueblerinas. Recientemente, han presentado el alarmante anteproyecto de la nueva Ley de Ordenación del Territorio y Urbanismo, que desde Cantabristas no hemos dudado en denominar Ley del Cemento. Resumiendo su contenido, viene a ser una vía libre para construir sin apenas restricciones casi en cualquier lugar, siendo las primeras perjudicadas las zonas del interior de Cantabria.
La especulación urbanística ha quedado muy por encima de los intereses de la mayoría. Destruyeron la costa y ahora quieren acabar con el encanto del interior. Yo no quiero ver como desaparecen las mieses y se llenan de chalets, juntando un pueblo con otro hasta asfixiarlos. No quiero que a nuestras niñas y niños se les niegue el derecho a vivir su infancia de esa forma tan especial que caracteriza a los pueblos. No quiero que el color verde pierda protagonismo y lo gane el gris del cemento. Si en algún momento tienen la decencia de contar con las necesidades de la población cántabra, se encontrarán con que su proyecto es un sinsentido que ignora y menosprecia la verdadera identidad del pueblo cántabro.
Están poniendo en riesgo la Cantabria que conocemos actualmente, ya bastante magullada por la imprudencia de sus políticas. Se les llena la boca con la Cantabria infinita y llenan sus anuncios publicitarios con nuestros paisajes, pero a la hora de legislar, están más pendientes de hacer de nuestra tierra un paraíso vacacional para el turismo, que de conservar nuestros valores fundamentales y nuestras características particulares y diferenciadoras.
Hay que reactivar la vida en los pueblos, pero construir segundas viviendas, habitadas un mes al año, no es la solución. ¡Y esto cuando llegan a término, porque dejar Cantabria llena de urbanizaciones a medio construir es ya una tradición! Luego, tendremos que seguir escuchando a nuestros gobernantes proclamas de amor por la tierruca. Curiosa e insana forma de amar, aquella que destroza todo lo que toca.