Si fuera por el tren, en cantabria no haría falta limitar la movilidad. Se limita sola, con averías y retrasos un día sí y otro también. Precisamente las cercanías, que deberían ser cruciales para vertebrar el territorio y para avanzar en eso que se ha venido a llamar “transición ecológica”. Palabras que suenan huecas y son ornamento para la apuesta de nuestras instituciones por dejar las cosas fluir, degradando cada vez más este pilar fundamental para la movilidad de cantabria. Vivo en torlavega y creo – llámenme loco – que para fijar población es más importante garantizar que el transporte funciona, que la gente puede ir a trabajar a otra localidad o a un examen y llegar a tiempo, que instalar un banco gigante o abrir un aquapark. A quienes gobiernan no sabemos si no se les ha pasado por la cabeza, ocupada en el desarrollo de la imaginación y creación de ideas estrambóticas, o simplemente no saben cómo solucionar esta situación. Ya sea por irresponsabilidad o por incapacidad, las cercanías están en su peor momento de la historia, cuando más se las necesita, y nadie quiere hacerse responsable de ello.
La falta de inversión es manifiesta y depende, en gran medida, del gobierno central. Pero también de quienes han priorizado la inversión en otros proyectos frente a algo tan básico. Desde cantabristas propusimos – y proponemos – que la comunidad autónoma se haga cargo de las competencias en transporte de cercanías y que exija la inversión necesaria para actualizar nuestra red de cercanías al siglo xxi.
El problema no es que haya averías puntuales, sino que son norma. Entonces, cada avería supone que las cántabras y cántabros saquemos la conclusión de que el tren no es un transporte fiable. En consecuencia, se incentiva el uso del transporte privado, y se generan nuevos problemas de movilidad, de aparcamiento, contaminación y la necesidad de invertir en aumentar unas infraestructuras viales que deberían ser más que suficientes.
El precio del billete, sin embargo, sí que se ha ido actualizando con los años. Santander-torrelavega, 4,90€ ida y vuelta. Con tarjeta o bonotren, en torno a 3,80€. A precio de transporte de lujo, un viaje incómodo, lento y con horarios orientativos. Es difícil no entender a quien coge el coche.
Al final, es lo de siempre. Se nos pide que nos comportemos con una responsabilidad y altura de miras que los poderes públicos no tienen. Que renunciemos al transporte privado sin existir condiciones dignas en el transporte público. A pesar de todo, muchas personas lo hacen, o lo intentan, y es digno de elogio teniendo en cuenta las condiciones en las que estamos.
En 2020, cuando deberíamos estar hablando de la ampliación y mejora de nuestra red de cercanías, nos toca tener que reivindicar que se invierta lo necesario para que sencillamente funcione. Que se ponga fin al abandono premeditado. Otra prioridad para la que vamos décadas tarde.