“Adiós Cantabria, adiós” es el título de una de las canciones más conocidas del grupo cántabro Luétiga, publicada en 1994. Aquella canción hablaba del problema de la emigración y de los sentimientos de quien tiene que dejar su tierra para buscar un futuro lejos de aquí. Les recomiendo escucharla si no la conocen. Más de 25 años después, sigue emocionando oírla y, sobre todo, sigue describiendo bien la situación de miles de cántabras y cántabros.
Por desgracia, la emigración sigue siendo un problema de actualidad. Estos días hemos conocido algunos datos sobre la situación de la juventud. En Cantabria, el paro juvenil está en el 57,67%. Menos de un 10% de personas menores de 25 años está trabajando. Es la mayor tasa de desempleo de los últimos 40 años. Estos datos tienen que ver con la crisis sanitaria y la destrucción de empleo en el segundo trimestre, pero no solo. Cantabria lleva tres años destruyendo empleo juvenil, más de 4.000 puestos de trabajo desde 2018.
Ante estos datos es imposible no llevarse las manos a la cabeza. O casi imposible, porque en Cantabria parece que, a pesar de lo alarmante de los datos, nadie quiere afrontar el problema y se apuesta una y otra vez por el “aquí no pasa nada”. Mientras, miles de personas marchan lejos a buscarse la vida, y otras tantas quieren volver, pero no ven posible encontrar un empleo y estabilidad aquí.
Lo vemos en nuestro entorno. Cada vez más personas cercanas se han marchado o están pensando en hacerlo. Amigas y amigos que han visto imposible hacer su vida aquí e intentan encontrar un empleo en otros lugares. Me estarán leyendo personas que tienen lejos a familiares, hijos, nietas. Es habitual.
La emigración juvenil es un grave problema social, pero también un enorme problema económico, porque supone echar por tierra todo lo invertido en la formación de quienes emigran. A largo plazo, contribuye a convertir a Cantabria en una economía cada vez más dependiente de sectores como el turismo y la hostelería y, por lo tanto, cada vez más frágil.
A nivel social, cabe preguntarse qué clase de sociedad expulsa a las generaciones más jóvenes y, en muchos casos, más formadas. Qué clase de modelo es éste, que no es capaz de garantizar una vida digna a quien quiere desarrollarla aquí.
No podemos acostumbrarnos y normalizar el éxodo juvenil año tras año. Debe estar en la agenda política porque es un problema grave hacia el que apenas miran los poderes públicos. Cantabria pierde con cada joven que marcha y que quería quedarse, pero no puede. Necesitamos otro modelo económico en esta tierra, que atienda a las necesidades de quienes la habitamos. Pintar menos faros, dejar de poner el foco en atraer más y más turistas cada año, abandonar las ocurrencias – como el nuevo cartel: “torrelaveganízate” –, dejar a un lado las políticas del hormigón y el ladrillo y pensar más en la juventud, porque es el futuro de Cantabria.