Estos días asistimos a una extraña escenificación entre el Presidente de Cantabria y la Delegada del Gobierno, polemizando sobre quién debe impedir lo que ellos y Antena 3 denominan “botellones” – en Cantabria nunca se llamaron así – y enviándose cartas sobre de quién son o dejan de ser las competencias para hacerlo. Cabe preguntarse a qué viene todo eso ahora, y habrá quien diga que es la política de verano, ligera e intrascendente. O quizá el calor de estos días, que quita las ganas incluso de discutir en serio.
Pero no es el verano. En Cantabria pocas veces se afrontan los asuntos que están en el fondo y que son realmente importantes para entender lo que pasa. La anécdota y la polémica superficial acaban siendo el centro de los debates. Y, entre una cosa y otra, perdemos oportunidades y las cosas van poniéndose peor poco a poco.
La situación del COVID podría servirnos para reflexionar sobre cuál es el modelo que queremos para Cantabria. Si debemos aspirar a ser algo más que un destino vacacional barato, ahora que vemos los municipios de la costa y las playas abarrotadas. Si queremos seguir creciendo a base de generar empleo con salarios bajos, en sectores precarios y estacionales. Si queremos que la juventud siga emigrando para buscar su futuro fuera de aquí.
Los hechos demuestran que el camino de las últimas décadas ha sido perjudicial para nuestra tierra. Podrían señalarse muchas cosas, miren por ejemplo la situación de la industria. Pero lo peor no es haberlo hecho mal hasta ahora, sino no hacer nada para evitar caer en los mismos errores en adelante. Y, sinceramente, creo que no se está haciendo nada para evitarlo.
De hecho, en el calor del verano, se está cocinando un anteproyecto de Ley del Cemento que permitirá la construcción de segundas viviendas en suelo rústico en el interior de Cantabria, y se están tramitando decenas de parques eólicos que llenarán de molinos las cumbres de los Valles Pasiegos, Soba, Campoo… En definitiva, se apuesta por más de lo mismo. Más ladrillo, más burbuja – ahora, la de los eólicos – y más tirar hacia adelante con todo sin una estrategia a largo plazo.
La falta de estrategia a largo plazo lleva a apostar por cualquier cosa. Hasta hace poco aún estábamos con la mina de zinc y aquellos 2.000 puestos de trabajo que iba a crear. Al final la mina resultó ser de humo, se desvaneció. Y, por cierto, aquí nadie rindió cuentas ni explicó nada, después de haber anunciado el proyecto durante la campaña.
La falta de planificación pone a Cantabria en una situación cada vez más difícil. En vez de aprobar un Plan de Ordenación del Territorio, dan luz verde al caos urbanístico y a las aspiraciones eólicas de las grandes eléctricas. En vez de trabajar en un Plan Industrial, ponen la alfombra roja a cualquier proyecto sin evaluar si es viable y es conveniente o no. Así están los bolos pinaos en un contexto cada vez más difícil. Urge abordar los debates de fondo si queremos futuro para Cantabria.