No sé si recordarán ya el asunto de la reapertura de la mina de zinc, que más bien resultó ser una mina de humo. A estas alturas ya se ha disipado en el aire, pero aquel nefasto proyecto fue anunciado y repetido mil veces allá por la campaña electoral. Y digo nefasto porque representaba una apuesta por un modelo de desarrollo anacrónico y totalmente opuesto a los valores de sostenibilidad ambiental que deberían regir cualquier política industrial de cara al futuro, pero ese no es el asunto. Aquello resonó en prensa y radio, se anunció a los cuatro vientos y se repitió machaconamente por parte de miembros del Gobierno. Era dopaje electoral. Nada menos que 1500 empleos directos y 500 indirectos.
Al final, ni mina, ni nada. En Cantabristas lo dijimos por aquel entonces: no iba a haber mina. No hacía falta tener dotes de adivinación, solo entender cómo funcionan las empresas que están detrás de este tipo de proyectos. Prospecciones allí y allá, generación de expectativas para inversores y luego más bien poca o ninguna actividad extractiva o industrial. El negocio de muchos de estos grandes fondos de inversión es precisamente tratar de sembrar expectativas sobre posibles inversiones que después generalmente no se producen.
Es evidente que esto no lo comprenden quienes están en el Gobierno de Cantabria. Quizá porque cuando empezaron a hacer política y a vivir de ella, hace décadas, funcionaba de otra forma. Sea como sea, lo cierto es que, por lo que cuentan, parece que siempre tienen la mala suerte de ser víctimas de algún tipo de engaño o timo por parte de supuestos inversores.
Ante esto hay dos posibilidades: o les engañan o nos engañan, y las dos son malas. Si es lo primero, vale decir que quienes dirigen la política industrial de Cantabria deberían, al menos, poder discernir entre lo que un farol y lo que va en serio. Si son capaces de hacerlo, deberían tener la decencia de no vender a la sociedad cántabra una posibilidad remota como una realidad confirmada.
La realidad, queramos o no, es que es extremadamente improbable que la crisis industrial que atraviesa Cantabria se solucione de forma inmediata con la llegada de una gran empresa que genere miles de puestos de trabajo. Es improbable porque en el contexto de Europa occidental la tendencia es precisamente la contraria, y parece que va a seguir siendo así por el momento.
Por eso es necesario un verdadero Plan Industrial, que siente las bases del desarrollo industrial de Cantabria para las próximas décadas. No solo para atraer inversión, sino para posibilitar que las iniciativas industriales cántabras tengan la posibilidad de crecer y desarrollarse aquí. Y también para decidir por qué actividades vamos a apostar y por cuáles no, entendiendo que la industria no puede estar al margen de la transición ecológica y el equilibrio medioambiental que exige el mundo actual. Y es que en esto, como en casi todo, no existen los milagros.
El pasado miércoles, el Presidente de Cantabria anunciaba el interés de una multinacional en instalarse en futuro polígono de La Pasiega, que generaría 3.000 puestos de trabajo y 9.000 a futuro. A mí esta historia ya me suena, pero saquen sus propias conclusiones.