Un verano al servicio del turista

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No sé si habrán salvado la temporada turística o no. Pero sí sé que esa era la única prioridad del Gobierno autonómico, insistente en atraer más y más gente a nuestras playas y nuestros pueblos. Hay que reconocer que lo han conseguido: pocas veces se han visto las playas tan llenas y los pueblos tan abarrotados como en este verano pandémico.

Nos hemos ganado a pulso el rebrote. No sé si en otros lugares habrán hecho tantos méritos como Cantabria para sumar decenas de casos al día y subiendo. No era difícil si por aquí han pasado cientos de miles de personas, sin prácticamente ningún tipo de control de aforos, distancias, uso de mascarillas, etc.

Y es que el control de aforo por lo visto debe ser algo “para los de aquí”. Igual con la mascarilla, de uso optativo, al parecer, para el visitante en Comillas, Suances, Somo, Laredo, Noja… La coherencia total de las medidas preventivas quizá sea imposible, pero contrasta la permisividad total con algunas actividades frente a las restricciones de otras. No se vaya a molestar el turista.

Con esta cuestión del turismo masivo hay dos posibilidades. La primera es resignarse y aceptar que Cantabria va a ser el “resort” de vacaciones de cada vez más turistas, y nuestra función es poner todo tipo de facilidades y trabajar para que disfruten. La segunda es aspirar a ser una tierra donde se pueda trabajar y vivir durante todo el año − también en los pueblos y villas de la costa − con un modelo turístico compatible con otras actividades y con la vida de la gente de Cantabria.

El Gobierno de Cantabria ha elegido la primera. Una prueba evidente es que, a falta de escasos días para el comienzo del curso escolar, nadie sepa cómo se va a desarrollar. En la lógica de atraer el máximo turismo posible a cualquier precio, era más importante garantizar que cualquiera pueda beber sin mascarilla ni distancia en un chiringuito del Puntal que llegar a septiembre con una situación epidemiológica en condiciones para afrontar el curso. Cuestión de prioridades.

El asunto no es que haya habido que elegir entre economía y salud. La elección ha sido entre un modelo económico concreto y un sector concreto, el del turismo masivo, y la salud de la población de Cantabria. Porque la economía la forman sectores y actividades que apenas están pudiendo desarrollarse durante estos meses y que, además, han cumplido estrictamente con las medidas preventivas.

Hay un debate pendiente sobre qué modelo económico queremos y, en concreto, sobre cuál es el modelo turístico por el que debe apostar Cantabria. Pero para eso hay que dejar de vender que todo es estupendo y empezar a valorar con seriedad las cosas buenas y los aspectos negativos de esta actividad. Y eso no es estar en contra del turismo, sino aspirar a ser algo más que un destino vacacional barato, masivo y sin normas.

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